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Esta historia es parte de la The 47: Historias along a bus route, una colaboración con WHYY’s PlanPhilly, Emma Restrepo y Jane M. Von Bergen.
Este artículo está escrito en español. Para leer este artículo en una combinación de inglés y español, haga clic o toque aquí or to read this article entirely in English, click or tap here.
En esta primavera no se ve mucho movimiento, ni reuniones, ni colorido entre los mexicanos del sur de Filadelfia. ¿La razón? Desde hace dos años la COVID-19 tiene suspendida la celebración del Festival de Carnavaleros de Puebla. Una conmemoración que entró en la lista de los eventos que la ciudad muestra con orgullo a visitantes y recién llegados en su página de Visit Philly.
David Piña, es el director de este evento. Recuerda la primera vez que se hizo en 2007, “fue todo un éxito, a muchísima gente le gustó; [estuvieron] felices de presenciar por primera vez un evento como ese”. Pero Piña también recuerda el estrés, “al mismo tiempo teníamos ese miedo; si no les gusta, nos echan a la policía”. Pero ese ya no es un problema; desde esa primera vez y por los últimos 14 años, el Carnaval de Puebla ha sido un éxito.
En México, el Carnaval comenzó a celebrarse en 1868 en Huejotzingo, un pueblo del estado de Puebla. Durante cuatro días, justo antes de la temporada previa a la Cuaresma, se celebran los eventos del 5 de mayo de 1862, la batalla en la que un pequeño pero poderoso ejército mexicano derrotó a los colonizadores franceses y restauró la independencia de México. Este es el único Carnaval con componente histórico.
Piña “lo trae en la sangre”, quizás porque en su San Mateo Ozolco natal, su padre Pedro Piña, recientemente fallecido, se lo enseñó desde niño. “El Carnaval trae historia”, dijo Piña. “Adoptamos los personajes de quienes participaron en la batalla de Puebla y [a partir de ahí] formamos el vestuario”.
Los participantes marchan en batallones, cada uno con su traje distintivo lleno de colores. Los Indios Serranos y los Zacapoaxtlas están del lado mexicano, con los trajes de los Serranos adornados con imágenes de la Virgen de Guadalupe. Los Zuavo, Turcos y Zapadores luchan por los franceses.
A Piña y al resto de los organizadores, cada traje les cuesta cientos de dólares. En una comunidad donde el dinero puede escasear, los miembros del Carnaval contribuyen con $1,500 cada uno para financiar el evento. En 2019, el Carnaval costó más de $60,000, incluidos los permisos de la ciudad y el dinero para traer bandas mexicanas para tocar en el evento. El consulado mexicano ayuda con algo de logística.
Aunque en México el Carnaval se celebra en febrero, en Filadelfia se lleva a cabo a finales de abril cuando el clima es más benigno y, porque, de acuerdo con Piña, está más cerca del 5 de mayo. Es decir, es un punto medio entre la fecha real del Carnaval en México y el 5 de mayo. El primer año de celebración, cerraron dos bloques; en 2019, la última celebración antes de la pandemia, cerraron hasta 15 bloques, principalmente a lo largo de Washington Ave.
Pero este año no habrá cierre de calles ni gran algarabía, porque las restricciones de la COVID-19 han llevado a sus organizadores a invitar a una celebración virtual el 25 de abril. Ese día las dos mejores bandas del género carnavalero, Orquesta Zacatepec y Mi Banda la Carcaña tocarán desde Puebla para Filadelfia vía dos cuentas de facebook host a live concert featuring two Carnaval bands via Facebook Live.
Para Piña y su equipo organizador, esta vez el comportamiento de quienes celebran no será una preocupación. En otros años esto ha sido fuente de nerviosismo. Llamar la atención de la prensa o de los funcionarios de inmigración puede ser catastrófico.
“Desafortunadamente, siempre tenemos a la prensa observando los puntos negativos”, dijo Piña, recordando reportajes que pasan por alto la alegría de un evento que atrae de 300 a 350 participantes y 8,000 espectadores.
“Ser un carnavalero no es ser un payaso”, dijo Piña. “No es sinónimo de entretener a otras personas. Tienes que tener conocimiento y respetar lo que llevas”. Y lo que lleva Piña es tradición y comunidad. “Traer nuestra cultura es un orgullo”, dijo.
Y eso se hace evidente también en Tamalex, el restaurante de David y Alejandro “Alex” Mondragón. No solo son socios, también son cuñados. Y para estos dos mexicanos su negocio es también un sitio para celebrar la cultura. Los murales de Tamalex adornan el recorrido de la ruta 47 al tiempo que nos hablan del Carnaval de Puebla, de la Pirámide Maya y del Indio Lempira, héroe hondureño. Y en este restaurante es casi religión celebrar El Día de los Muertos.
David y Alex han hecho de Tamalex una familia. Todos ellos saben lo que es llegar a un nuevo país buscando un mejor futuro. En Tamalex es una práctica emplear mujeres, muchas de ellas madres solteras. Es la forma en que ellos contribuyen al bienestar económico de su vecindario. Mondragón es el chef y Piña es el administrador.
En México, Piña era, dijo, un rebelde. Piña abandonó la escuela a los 14 años y dejó su casa en San Mateo Ozolco, un pequeño pueblo en el estado de Puebla. Se mudó a Ciudad de México y allí, finalmente encontró un trabajo en la cocina de un restaurante, trabajando ocho o nueve horas al día, ganando dos dólares a la semana como trabajador menor de edad.
A los 17, Piña estaba a cargo de la cocina y el restaurante se convirtió en el favorito de las celebridades de la ciudad: artistas, luchadores, actores y actrices de televisión. El trabajo era duro, pero su liderazgo en la cocina lo enorgullecía. “Era una responsabilidad con la que había estado soñando durante mucho tiempo”. Se había ganado uno de los títulos más estimados en el negocio de los restaurantes, “me van a llamar ‘chef’”, dijo Piña. “Ya no me van a llamar por mi nombre”.
Persuadido por sus primos, Piña decidió venir a Estados Unidos y llegó directamente a Filadelfia en marzo de 1998 a la edad de 19 años. Rápidamente consiguió trabajo en una pizzería en Nueva Jersey, donde trabajó durante nueve años; siete de los cuales estuvo a cargo del negocio.
“Los mexicanos siempre queremos convertirnos en los héroes de toda cocina porque hemos llegado y trabajado muy duro, y queremos mostrar la capacidad que tenemos. Estamos hechos de buena madera “.
Trabajar duro no era nada nuevo para Piña. “Mis padres me despertaban a las 5:30 ó 6 de la mañana y nos íbamos al campo a alimentar a los animalitos que teníamos. Regresábamos a las 8 porque a las 8:30 de la mañana teníamos que ir a la escuela. A las 6 de la tarde, volvía a alimentar a los animales, a llevarle a mi papá la comida y luego hacer las tareas para la escuela”.
La energía y el trabajo duro le ha ayudado a Piña a luchar por el restaurante, a trabajar para el Carnaval y a apoyar a la comunidad. “Todavía estoy luchando por ese sueño”, dijo. “Lo estoy haciendo con suerte y trabajo. Hay gente que lo llama ambición. Yo lo llamo los sueños que todos tenemos”.
Celebra online el Carnaval de Puebla de este año el 25 de abril online con las dos mejores bandas del género carnavalero de Puebla.
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